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La Santa Espina y el embalse de Bajoz son las joyas de los Torozos. La primera desde el punto de vista histórico y la segunda desde el punto de vista natural.
Esta senda parte del Monasterio, atraviesa sus dependencias exteriores y tiene como meta el pantano.
Dejamos atrás y abajo el Monasterio para subir al nivel del páramo, donde se cultiva la vid. Enseguida nos engulle el monte bien tupido de encina y roble y llegamos a la carretera de Castromonte. La cruzamos y seguimos una vereda paralela. Conviene decir que es fácil ver jabalíes, zorros y conejos. Y más fácil todavía palomas torcaces.
Una flecha naranja indica la bajada a la presa del pantano. Aunque no lo parezca, acabaremos viendo todo tipo de animales. En primer lugar, fochas, garzas y garcetas, zampullines y azulones. Y el aguilucho lagunero, que también busca sustento desde lo alto. Y reptiles y anfibios: sociables gallipatos al crepúsculo, culebras, lagartos. Los pescadores tienen aquí un coto de tencas. En verano abundan los mosquitos y, por tanto, los abejarucos y vencejos.
Podemos dar la vuelta completa al pantano, que no es grande y disfrutar así de sus orillas, pues gozan de sombra permanente gracias al entramado de árboles y arbustos.
Las ruinas que vemos en lo alto de la ladera un son conocidas como el Fuerte; la leyenda dice que perteneció al conde Fernán Flor.
De vuelta aún veremos nidos de abejarucos -son los agujeros del talud- en el Arenal del lado derecho. Un poco más adelante, a la izquierda, lo que queda de un viejo molino. Su original cubo se encuentra, al menos, en perfecto estado.
Nada más pasar la carretera cruzamos también las tapias del Monasterio y, entre monte y arbolado de ribera, llegamos al pequeño estanque -la Isla- donde, si nos acercamos, nos saludan a su modo vocinglero patos y gansos.
Circular: Sí
Desnivel (m): 45
Dificultad: media
Época ideal: cualquiera
Fuente: No
Longitud: 9 km
Tipo de ruta: a pie